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lunes, 18 de noviembre de 2024

Relatos de un Medico en Urgencias Parte 2

La noche caía con una furia implacable. La lluvia golpeaba el parabrisas de la ambulancia como si quisiera detener su avance. Las luces de emergencia teñían de rojo y azul las calles mojadas, reflejándose en los charcos que parecían espejos fracturados. Dentro del vehículo, la Dra. Camila revisaba mentalmente cada paso que debía seguir mientras escuchaba la voz cortante del despachador resonando en la radio. "Varón, 45 años. Colapsó en vía pública. Posible paro cardiorrespiratorio. Tiempo estimado: tres minutos." Ana, la paramédica del equipo, mantenía las manos firmes mientras organizaba el equipo en la parte trasera. Cada curva y frenada la obligaban a estabilizarse, pero no desviaba su atención. Con años de experiencia en emergencias, sabía que tres minutos podían ser la diferencia entre la vida y la muerte. De pronto, un frenazo brusco sacudió la ambulancia. "¡Llegamos!" gritó el conductor. Camila abrió la puerta sin dudarlo, dejando que el viento y la lluvia empaparan su bata. Frente a ella, un grupo de personas formaba un círculo caótico alrededor de un hombre tirado en el asfalto. Los gritos y el llanto eran ensordecedores. "¡Apártense! ¡Déjenme pasar!" ordenó Camila con la autoridad de quien ha visto demasiado en esas circunstancias. El hombre yacía inmóvil, con la piel pálida y los labios teñidos de un azul alarmante. Su pulso era apenas perceptible, y la respiración, irregular. Ana se arrodilló junto a Camila, ya con el desfibrilador en mano. "¿Qué sucedió?" preguntó Camila a una mujer que temblaba cerca de la escena. "Se desplomó de repente, doctora. Estaba caminando y... simplemente cayó. No respondió más." Camila asintió, ya concentrada en su tarea. "Ana, carguemos. Necesitamos sacarlo de aquí ahora mismo." Las compresiones comenzaron, una danza rítmica entre la esperanza y la urgencia. Ana conectó los electrodos mientras Camila evaluaba signos vitales. “¡Carga lista!” Un instante después, el cuerpo del hombre se estremeció con el impacto eléctrico. La tensión en el aire era casi tangible. Camila miró el monitor. Una señal débil, pero constante. Había algo a lo que aferrarse. "¡A la ambulancia! Nos lo llevamos." El trayecto hacia el hospital fue una batalla contra el tiempo. Dentro de la ambulancia, Ana monitoreaba al hombre, vigilando cada fluctuación en su ritmo cardíaco. Camila, de pie junto a ella, preparaba la adrenalina mientras daba indicaciones rápidas al conductor para esquivar el tráfico. "¡Pulso sostenido, pero sigue inestable!" anunció Ana, su voz cargada de profesionalismo, pero con un rastro de ansiedad contenido. El hospital apareció como un faro en medio de la tormenta. Camila abrió las puertas traseras apenas el vehículo se detuvo. El equipo médico los esperaba con una camilla lista, y juntos trasladaron al hombre a la sala de emergencias. Dentro, la sinfonía de monitores y órdenes rápidas llenó el ambiente. "Estabilicen la presión arterial. Necesitamos estudios y valoración quirúrgica de inmediato", ordenó Camila mientras sus manos no dejaban de moverse, precisas y ágiles. Tras largos minutos de maniobras, una voz resonó: "Ritmo cardíaco estabilizado. Preparando para cirugía." Camila exhaló, dejando que una pequeña chispa de alivio le recorriera el cuerpo. Pero su mirada seguía fija en el paciente. Sabía que aquella batalla apenas había terminado. Como siempre, su deber era velar por lo imposible, por esa chispa de vida que pugnaba por permanecer encendida. La lluvia seguía cayendo afuera, imperturbable. Pero dentro del hospital, la tormenta había cedido. Al menos por esa noche.

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