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sábado, 21 de junio de 2025

Carta a la mujer que soy: Entre la medicina, el amor y el Olvido

A veces vivimos tan atrapadas en lo que debemos ser que olvidamos lo que realmente somos. Esta es una carta íntima, una confesión, un reencuentro con mi propia historia después de casi dos décadas dedicadas a la medicina y a todos, menos a mí. Durante 18 años, fui mi profesión. La medicina fue mi prioridad absoluta. Me entregué por completo: cuerpo, mente y alma. Día tras día, año tras año, prioricé a los demás —pacientes, pareja, familia— dejando de lado algo esencial: yo misma. Me casé con mi profesión antes que con mi pareja. Durante 16 años viví anestesiada, sostenida por una rutina que me exigía apagar mis propios deseos para sostener los de los demás. Cuando abrí los ojos, mi matrimonio ya estaba roto. Y yo, rota con él. Separarse no fue por amor… fue por ausencia. No fue el amor lo que dolió al separarme. Fue el hábito. La idea de llegar a casa y no encontrar a “alguien” en ese espacio que llamaba hogar. Pero ese alguien no me acompañaba. Y yo tampoco me acompañaba a mí misma. Empezar a reencontrarme fue un proceso tan duro como necesario. Ahí descubrí todas las heridas que me hice sin querer. Todas las veces que me anulé, que me callé, que me empujé al fondo por no fallarle a nadie… excepto a mí. Me hago responsable. Sí, todo esto fue culpa mía. No desde la culpa destructiva, sino desde la aceptación. Me hago cargo de mis elecciones, incluso de aquellas que hirieron. Tal vez también dañé sin querer. Porque cuando no sabemos quiénes somos, es fácil lastimar incluso a quienes queremos cuidar. Hubo un tiempo en que creí que mi destino era la soledad. Nunca consideré ser madre: lo sentía como un lujo incompatible con mi vida laboral. Hoy, a mis 48 años, reconozco que esa ausencia duele… y también duele el juicio de quienes creen que eso me hace incompleta. ¿Es esta una vida patética? A veces lo pienso. A veces me duele. Pero en el fondo, sé que no. He sido valiente, resiliente, entregada. He vivido con pasión, aunque muchas veces haya olvidado mi propia voz. Hoy estoy aquí, despierta, con cicatrices… pero viva. Hoy, me abrazo. No escribo esto para culparme. Escribo para abrazarme. Para reconocerme. Para recordarme que sigo estando a tiempo de elegirme, de priorizarme, de no rendirme. Esta es la carta que me debía. Y si alguna vez sentiste lo mismo… tal vez también sea para vos.

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